viernes, 10 de agosto de 2012

Capítulo 12


La mañana avanzaba al ritmo que las hojas que un árbol que se encontraba justo detrás del banco caían a una armonía casi metódica, como si al llegar al suelo una de ellas avisara a la siguiente de que su turno de soltarse de la rama para siempre había llegado.

Cecilia escuchaba a Jack con una atención pasmosa, y ni siquiera el ruido del viento que se levantó durante un instante le hizo perder el interés. Pocas veces en su vida nadie le había hablado de esa forma, y es que, a decir verdad, pocas veces a Cecilia le habían hablado de amor.

No fueron pocos los momentos que le entraron ganas de abrazarlo o decirle que esa tal Elisabeth debía ser muy estúpida por dejar escapar a un chico como él, pero unas veces por inseguridad ante la reacción del joven londinense, a quien apenas conocía aun, y otras simplemente por falta de costumbre, no hizo nada.

Ambos permanecieron en silencio durante un largo rato. Por primera vez desde que llegó a Londres, Cecilia no sabía qué hacer, y mucho menos que decir. Era realmente buena en su profesión, y solía tener la última palabra en la mayor parte de las conversaciones, ya fuese discutiendo con su madre o convenciendo a Marc de alguna nueva idea. Sin embargo, esa mañana de otoño, a Cecilia le invadió el silencio, y no estaba dispuesta a ello.

-          ¿La sigues queriendo? – preguntó Cecilia, quebrantando la paz que entre los dos se había instalado.

-          Ha pasado mucho tiempo de eso – le respondió Jack, mirándola a los ojos.

-          No era esa mi pregunta, ya sé que han pasado muchos años.

-          ¿Cuál es tu película favorita? – preguntó Jack.

-          ¿Qué tiene eso que ver? A ver pues, te diría que El resplandor, creo. De pequeña me encantaba ver Blancanieves una y otra vez.

-          Para mi Elisabeth es como para ti Blancanieves, puede que veas mil películas más, e incluso alguna se convierta en tu nueva película favorita, pero cuando alguna de ellas te ha llegado de verdad, no puedes evitar recordarla con cariño.

-          Ven, levántate, quiero ir a la noria esa enorme, ¡vamos! – exclamo Cecilia, risueña.

-          ¿Te refieres al London eye? Está muy alto, a ver si te vas a asustar – bromeó Jack.

-          No te preocupes, no creo que desde allí dejes caer ningún vaso, ¿verdad? – contraatacó Cecilia.

Los dos jóvenes se apresuraron a paso rápido. Cecilia por su impaciencia a montar en esa gigantesca noria que recordaba como si fuese ayer, Jack aceleraba al mirar hacia arriba el color gris que estaban tomando las nubes. La primera se sentía mejor que nunca al comprobar que había ayudado a ese chico con solo mirarle a los ojos. El segundo, después de contarlo, simplemente se sentía genial.

lunes, 6 de agosto de 2012

Capítulo 11


El taxi volvió a poner su letrero de libre en cuanto Jack y Cecilia pusieron pie en tierra de nuevo. Estaban a dos calles del St. James's Park, pero el atasco que Jack había vislumbrado le hizo poner fin al paseo junto al taxista. Pagó, a regañadientes de Cecilia, el importe del viaje y bajaron rápidamente del coche ante el sonido de claxon de los demás conductores, desesperados ante lo que se les venía encima.



Esa mañana, un sol no excesivamente caluroso se intercalaba con instantes en los que tomaban protagonismo las nubes, en lo que parecía ser una especie de batalla en ver quien se hacía dominador del cielo londinense. Jack iba con el sol, Cecilia apostaba por las nubes.



Recorrieron las dos calles que aun les separaban de su destino hablando de todo en general y nada en particular. Hay personas que no soportan los silencios, como si éste pudiera hacerles pensar demasiado en cosas realmente importantes, o sumergirlos en una conversación consigo mismos que nunca tenían ganas de afrontar. Cecilia era una de esas personas. Cualquier tema le servía, cualquiera que hiciese que su acompañante no se detuviera a pensar demasiado en ella, eso podría implicar que la estuvieran conociendo demasiado o aparentar vulnerabilidad, y Cecilia odiaba sentirse vulnerable.



Un momento antes de entrar en el parque, Cecilia se detuvo. Todo estaba exactamente igual a como recordaba o, mejor dicho, como el sueño de la noche anterior le había hecho recordar. Incluso un par de ardillas jugueteaban en lo alto de un árbol a modo de bienvenida. Jack permanecía en silencio a su lado, no quería romper el momento de la chica, y el mismo se asombró ante la belleza del lugar cuando lo examinó con detenimiento.



-          Está tal como lo deje anoche – dijo Cecilia, mirando hacia arriba.

-          ¿Viniste anoche aquí? – preguntó Jack, intrigado.

-          En cierto modo, creo que si – respondió Cecilia, que decidió que era un buen momento para ir hacia la laguna dando un paseo.

-          ¿Hasta cuándo te quedas? – le preguntó Jack.

-          Hasta dentro de una semana. El próximo desfile para el que tengo invitación es el domingo, hasta entonces estaré con la nueva tarea que mi jefe me ha encasquetado. El lunes volveré a Barcelona, sino me pierdo camino al aeropuerto, claro.



Muy a su pesar, Jack estaba ensimismado, el recuerdo de las tardes en el parque con Elisabeth le habían hecho trasladarse, en una especie de máquina del tiempo, varios años atrás. Solían ir allí después de las clases, cuando, lejos de las miradas de compañeros, libros y profesores, encontraban la ocasión de permanecer un rato juntos.
Las palmadas al aire de Cecilia delante de su cara le hicieron volver en sí.



-          ¿Te pasa algo? – preguntó Cecilia

-          Perdona, estaba pensando en mis cosas – se disculpó Jack.

-          ¿Y esas cosas cuáles son?

-          Es una historia muy larga, te aburrirías con ella.

Cecilia se sentó en un banco, el mismo banco en el que hacia veintidós años se había parado a merendar junto a sus padres. Jack era un tipo peculiar, quizás demasiado tranquilo para su gusto, o para lo que acostumbraba a conocer, quien sabe. No sabía ciertamente porque, tal vez era la paz que trasmitía el sitio, lo cierto es que por primera vez en mucho tiempo no era ella la que contaba su batalla de turno. Le apetecía escuchar la historia de ese chico, y eso era exactamente lo que iba a hacer.

-          ¿Qué haces ahí parada? – le preguntó Jack, desconcertado.

-          Me encantan las historias largas, y tengo toda la mañana para aburrirme – contestó Cecilia, sonriendo.