La mañana avanzaba al ritmo que las hojas que un árbol
que se encontraba justo detrás del banco caían a una armonía casi metódica, como
si al llegar al suelo una de ellas avisara a la siguiente de que su turno de soltarse
de la rama para siempre había llegado.
Cecilia escuchaba a Jack con una atención
pasmosa, y ni siquiera el ruido del viento que se levantó durante un instante
le hizo perder el interés. Pocas veces en su vida nadie le había hablado de esa
forma, y es que, a decir verdad, pocas veces a Cecilia le habían hablado de
amor.
No fueron pocos los momentos que le
entraron ganas de abrazarlo o decirle que esa tal Elisabeth debía ser muy estúpida
por dejar escapar a un chico como él, pero unas veces por inseguridad ante la reacción
del joven londinense, a quien apenas conocía aun, y otras simplemente por falta
de costumbre, no hizo nada.
Ambos permanecieron en silencio durante
un largo rato. Por primera vez desde que llegó a Londres, Cecilia no sabía qué
hacer, y mucho menos que decir. Era realmente buena en su profesión, y solía
tener la última palabra en la mayor parte de las conversaciones, ya fuese
discutiendo con su madre o convenciendo a Marc de alguna nueva idea. Sin
embargo, esa mañana de otoño, a Cecilia le invadió el silencio, y no estaba
dispuesta a ello.
-
¿La sigues queriendo? – preguntó Cecilia,
quebrantando la paz que entre los dos se había instalado.
-
Ha pasado mucho tiempo de eso – le respondió
Jack, mirándola a los ojos.
-
No era esa mi pregunta, ya sé que han
pasado muchos años.
-
¿Cuál es tu película favorita? – preguntó
Jack.
-
¿Qué tiene eso que ver? A ver pues, te
diría que El resplandor, creo. De pequeña me encantaba ver Blancanieves una y
otra vez.
-
Para mi Elisabeth es como para ti
Blancanieves, puede que veas mil películas más, e incluso alguna se convierta
en tu nueva película favorita, pero cuando alguna de ellas te ha llegado de
verdad, no puedes evitar recordarla con cariño.
-
Ven, levántate, quiero ir a la noria esa
enorme, ¡vamos! – exclamo Cecilia, risueña.
-
¿Te refieres al London eye? Está muy
alto, a ver si te vas a asustar – bromeó Jack.
-
No te preocupes, no creo que desde allí
dejes caer ningún vaso, ¿verdad? – contraatacó Cecilia.
Los dos jóvenes se apresuraron a paso rápido. Cecilia
por su impaciencia a montar en esa gigantesca noria que recordaba como si fuese
ayer, Jack aceleraba al mirar hacia arriba el color gris que estaban tomando las
nubes. La primera se sentía mejor que nunca al comprobar que había ayudado a
ese chico con solo mirarle a los ojos. El segundo, después de contarlo,
simplemente se sentía genial.