El taxi volvió a poner su letrero de libre en cuanto
Jack y Cecilia pusieron pie en tierra de nuevo. Estaban a dos calles del St. James's
Park, pero el atasco que Jack había vislumbrado le hizo poner fin al paseo
junto al taxista. Pagó, a regañadientes de Cecilia, el importe del viaje y
bajaron rápidamente del coche ante el sonido de claxon de los demás conductores,
desesperados ante lo que se les venía encima.
Esa mañana, un sol no excesivamente caluroso se
intercalaba con instantes en los que tomaban protagonismo las nubes, en lo que
parecía ser una especie de batalla en ver quien se hacía dominador del cielo
londinense. Jack iba con el sol, Cecilia apostaba por las nubes.
Recorrieron las dos calles que aun les separaban de
su destino hablando de todo en general y nada en particular. Hay personas que no
soportan los silencios, como si éste pudiera hacerles pensar demasiado en cosas
realmente importantes, o sumergirlos en una conversación consigo mismos que
nunca tenían ganas de afrontar. Cecilia era una de esas personas. Cualquier
tema le servía, cualquiera que hiciese que su acompañante no se detuviera a
pensar demasiado en ella, eso podría implicar que la estuvieran conociendo demasiado
o aparentar vulnerabilidad, y Cecilia odiaba sentirse vulnerable.
Un momento antes de entrar en el parque, Cecilia se
detuvo. Todo estaba exactamente igual a como recordaba o, mejor dicho, como el
sueño de la noche anterior le había hecho recordar. Incluso un par de ardillas
jugueteaban en lo alto de un árbol a modo de bienvenida. Jack permanecía en
silencio a su lado, no quería romper el momento de la chica, y el mismo se
asombró ante la belleza del lugar cuando lo examinó con detenimiento.
-
Está tal como lo deje anoche – dijo Cecilia,
mirando hacia arriba.
-
¿Viniste anoche aquí? – preguntó Jack,
intrigado.
-
En cierto modo, creo que si – respondió Cecilia,
que decidió que era un buen momento para ir hacia la laguna dando un paseo.
-
¿Hasta cuándo te quedas? – le preguntó Jack.
-
Hasta dentro de una semana. El próximo desfile
para el que tengo invitación es el domingo, hasta entonces estaré con la nueva
tarea que mi jefe me ha encasquetado. El lunes volveré a Barcelona, sino me
pierdo camino al aeropuerto, claro.
Muy a su pesar, Jack estaba ensimismado, el recuerdo
de las tardes en el parque con Elisabeth le habían hecho trasladarse, en una
especie de máquina del tiempo, varios años atrás. Solían ir allí después de las
clases, cuando, lejos de las miradas de compañeros, libros y profesores, encontraban
la ocasión de permanecer un rato juntos.
Las palmadas al aire de Cecilia delante de su cara
le hicieron volver en sí.
-
¿Te pasa algo? – preguntó Cecilia
-
Perdona, estaba pensando en mis cosas –
se disculpó Jack.
-
¿Y esas cosas cuáles son?
-
Es una historia muy larga, te aburrirías
con ella.
Cecilia se sentó en un
banco, el mismo banco en el que hacia veintidós años se había parado a merendar
junto a sus padres. Jack era un tipo peculiar, quizás demasiado tranquilo para
su gusto, o para lo que acostumbraba a conocer, quien sabe. No sabía
ciertamente porque, tal vez era la paz que trasmitía el sitio, lo cierto es que
por primera vez en mucho tiempo no era ella la que contaba su batalla de turno.
Le apetecía escuchar la historia de ese chico, y eso era exactamente lo que iba
a hacer.
-
¿Qué haces ahí parada? – le preguntó
Jack, desconcertado.
-
Me encantan las historias largas, y
tengo toda la mañana para aburrirme – contestó Cecilia, sonriendo.
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