martes, 31 de julio de 2012

Capítulo 10


Cecilia introdujo la llave en la puerta de su habitación y se aseguró de que estaba cerrada. El hecho de saber que cuando volviese tendría la cama hecha y todo perfectamente ordenado le creaba una cierta intranquilidad, se imaginaba a la señora de la limpieza yendo de un sitio a otro de la habitación y revolviendo entre sus cosas, aunque en el fondo tenía que reconocer que se sentía importante de alguna forma. Aun le quedaba algo de tiempo para dar un paseo por el hotel. El “Breakfast and tiffany's” contaba con todo tipo de servicios; sala de masajes y sauna, peluquería propia, salón de actos de primer nivel, piscina interior climatizada, gimnasio e incluso un mini campo de golf artificial. Desde luego, Marc no había escatimado en gastos.

Bajó las escaleras hacia la planta baja, donde un niño pequeño reía a la vez que le señalaba la cara. En el primer espejo que vio se miro fijamente, llevaba un pendiente de cada color. Dudó si subir a por uno de la misma pareja, pero imaginó que ya estarían dentro de la habitación haciendo su cama, y ante el hecho de interrumpir declinó la idea. Se dirigió a la puerta de recepción, donde Jack la esperaba apoyado en ella.



-          Si sigues apoyándote así en la puerta vas a echarla abajo chico – dijo Cecilia, a modo de saludo.

-          Muy ingeniosa – le vaciló Jack. Si ayer no te entendí mal, tu jefe quiere montar una tienda aquí, y te ha pedido que conozcas la ciudad para saber donde encajaría mejor su idea, ¿más o menos, no?

-          Si, algo así, oye, ¿estamos muy lejos del St James's Park? – preguntó Cecilia.

-          Si cogiésemos un taxi, podríamos estar allí en unos veinte minutos, pero, ¿Para qué quieres ir allí? Dudo mucho que a ti y a tu jefe os den los permisos para construir allí ninguna tienda- preguntó Jack, intrigado con la chica.

-          Esta noche he tenido un sueño un tanto peculiar, y me gustaría volver, eso es todo.

-          No sabía que habías estado aquí antes, ya veo que recuerdas bien todos los lugares de la ciudad. – le vaciló Jack.

-          Es curioso

-          ¿Qué es tan curioso?

-          Ayer por la tarde me llamabas de usted, y hoy te estás riendo de mí, ¡eso es coger confianza rápido eh chico! Y para tu información, estuve aquí cuando tenía solo seis años, listo.

-          Mejor pronto que tarde, ¿no? – le replicó Jack, devolviéndosela.



Un taxi avanzaba a lo largo de la calle cuando disminuyó el paso al ver las manos levantadas a la vez de dos muchachos que se reían el uno del otro al ver lo cómico de la situación.



-          No era necesario levantar los cuatros brazos a la vez, creo que el taxista hubiese parado con uno de igual forma… - dijo Jack, riéndose aun.

-          Anda, sube y dale la dirección, antes que nos tome por locos.


Jack le indicó al taxista que se dirigían al St. James's Park, y se sentó en la parte trasera del taxi junto a Cecilia. Se sorprendió en como poco más de una hora que llevaba junto a la joven de Barcelona habían logrado establecer una especie de vínculo entre los dos que le hizo sonreír. Había conocido a muchas personas, y no eran pocas las chicas con las que había empezado, sin mucho éxito, a entablar una conexión parecida a la que estaba empezando a conocer. En ocasiones la culpa era suya, como el mismo reconocía, la sombra de Elisabeth estaba aun demasiado presente, otras, en cambio, la compañía no ponía tampoco mucho de su parte, y acordaban en dirigirse unas llamadas que nunca se producían.

Por eso, la mañana de otoño en la que, en un taxi desconocido, sentado con una chica desconocida, se vio reflejado en el cristal con una sonrisa en la cara, le pareció algo peculiar o, como diría Cecilia, algo curioso.

domingo, 29 de julio de 2012

Capítulo 9


Quedaban algo más de cinco minutos para que la hora en que había quedado con Cecilia diesen en el reloj cuando Jack llegó a la puerta de la recepción del hotel.



Había dos cosas en el mundo que Jack detestaba especialmente. La primera era escuchar un nuevo vaso estamparse contra el suelo y notar la mirada acusadora de su jefe, recordándole de fondo que este también tendría que correr de su cuenta y que, de seguir así, el hotel no iba a ganar para vasos.

La segunda cosa que Jack más odiaba en el mundo era esperar. Por una razón u otra, Jack se había pasado toda su vida esperando. De pequeño, al salir del colegio, tenía que esperar que su padre acabase su turno de vigilante para recogerlo, mientras sus compañeros cogían ya camino de sus casas. Luego, muerto de hambre, esperaba sentado en el taburete de la cocina que su madre acabase el plato del día, puesto que, debido a su trabajo en una relojería a la que casi tenía que cruzar Londres para llegar hasta ella, llegaba con el tiempo justo con el que preparar la comida. O como aquella vez, en la que para poder entrar en el equipo de baloncesto del colegio su entrenador le dijo que esperase un poco de tiempo hasta que alcanzase una altura más adecuada y entonces tenía su promesa de que entraría.



Pero sin duda, la vez que Jack odió esperar por encima de todas las demás fue cuando, diez años antes, Elisabeth le prometió que lo llamaría nada más aterrizar en París.

Se habían conocido en el instituto, donde Elisabeth destacaba por encima de sus compañeros y poseía un increíble carisma que habían levantado la admiración de más de uno, y la envidia de alguna que otra.

Empezó a salir con Jack en uno del los inviernos más atípicos que se recuerdan por allí, donde el uso del paraguas apenas fue necesario durante meses, y su relación fue, llamémosle, parecida a ese invierno.

Fue una tarde de mayo cuando Elisabeth le comunicó que para el curso siguiente tendría que cambiar de instituto, algo que Jack, aunque algo disgustado, pareció aceptarlo, quizás pasaban demasiadas horas juntos y de todos modos se verían todas las tardes. Lo que Jack no había terminado de escuchar era que el nuevo destino de Elisabeth no era el instituto de un barrio cercano, ni siquiera de una ciudad próxima, Elisabeth se iba a París. Fue entonces, desde el momento que la muchacha llegó a tierras francesas, cuando Jack aprendió verdaderamente lo relativo que puede ser el significado de la palabra esperar.





Puedes esperar en la cola del cine que te toque tu turno, y esos diez minutos pueden ser los más largos de toda tu vida, o esperar noticias de un ser querido que está siendo atendido en un hospital. Puedes simplemente esperar frente al microondas como estallan las primeras palomitas, o como suena el teléfono de alguien al que quieres tranquilizándote de que su viaje ha ido bien. A veces la espera es corta, y casi sin darte cuenta dejas de esperar. Para Jack, desde que Elisabeth se fue, lo más duro era esperar a las personas. A veces puedes esperar a alguien en el cruce de una calle un solo par de minutos. A veces puedes esperar a alguien toda la vida.

jueves, 26 de julio de 2012

Capítulo 8


El ruido del cierre de la puerta de la habitación parecía poner calma a uno de los días más agotadores que Cecilia había tenido en los últimos días, o quizás meses. Pocos días eran los que se iba a la cama verdaderamente cansada, más bien formaba parte de su rutina diaria y, simplemente, a la hora de irse a dormir, Cecilia se iba a dormir.


Dejo caer la ropa a la entrada del vestíbulo, y con los ojos medio cerrados se puso su camiseta de dormir favorita, que no era más que una vieja camiseta de publicidad de su empresa a la que, por ningún motivo particular, había convertido en su vestimenta preferida por las noches. Intentó leer un poco como acostumbraba para coger un el hilo del sueño hasta que el despertador sonase avisándola de la llegada de un día nuevo, cuando, al comprobar que volvía a leer la misma línea por tercera vez consecutiva, cayó en la cuenta de que tal vez por esa noche, el libro no fuese tan necesario como acostumbraba.

Esa noche, no tardó más de cinco minutos en quedarse dormida.


“La figura de lo que parecía ser una ardilla encima del árbol donde la pequeña Cecilia se encontraba le hizo dar un sobresalto, al fin y al cabo, era la primera vez que veía a una de verdad. La voz tranquilizadora de su madre la serenó, e incluso se acercó junto a ella a verlas más de cerca, no se parecían mucho a sus queridas Chip y Chop, pero al verlas tan próximas le pidió a su madre que les hiciese una foto para poder compararlo ella misma en cuanto emitiesen sus dibujos favoritos ese fin de semana. La llamada de su padre le hizo correr apresuradamente hasta el borde del canal, donde una familia de pelicanos jugueteaba con el agua ante la mirada curiosa de varios turistas. Todo parecía asombrar a la pequeña Cecilia, que con solo seis años disfrutaba de unas vistas de las que nunca había visto en Barcelona. El olor del ambiente era distinto, los animales que allí veía parecían sacados de un libro, los árboles eran tan grandes que pensó que si lograba subir hasta arriba podría tumbarse en una nube, y constató que el ruido de los pájaros no era sino un pequeño concierto que éstos daban alegres a todos los que por allí se acercaban. Se encaminó con sus padres a dar un tranquilo paseo por el lugar, preguntándoles todo cuanto picaba su curiosidad. Se sentó un rato en un banco mientras sus padres decidieron inmortalizar en su recién comprada cámara de fotos todo cuanto les parecía singular.

En ese momento, aprovechando la pausa en el camino para merendar un sándwich de jamón y queso junto a su cajita de zumo, vio al fondo algo que, por encima de los pelicanos y los árboles, e incluso de sus amigas las ardillas, le maravilló, una inmensa noria se elevaba por encima de las copas más altas de los árboles. No tardó en ponerse de pie para decirle a su padre cual quería que fuese su próximo destino. Fue en ese momento cuando, a pesar de su corta edad, se prometió regresar algún día.”

Quedaban tres minutos antes de que el despertador de Cecilia le devolviese de nuevo al mundo. El sueño que acababa de tener de su infancia le tuvo un buen rato pensativa, ni ella misma recordaba con esa nitidez tantos detalles hoy día. Se vistió de forma informal, aunque sin olvidar un poco de maquillaje en las mejillas.

No sabía exactamente cuáles eran los planes que Jack había pensado para ese día, aunque tampoco le importaba especialmente, fuesen cuales fuesen, tenía decidido cuál sería el primer rincón que visitar. El St James's Park les esperaba, y su noria también.




lunes, 23 de julio de 2012

Capítulo 7


El primer desfile de la semana de la moda en Londres había llegado a su fin.
Las modelos intercambiaban cariñosos saludos con sus compañeras, con un gesto mucho más relajado que antes del inicio. Los diseñadores dialogaban con la prensa sobre sus primeras impresiones, convenciéndoles de la originalidad y el acierto de sus diseños; los invitados iban de un lado a otro saludando a gente que ni siquiera conocían, procurando mantener la distinción de que el lugar hacía gala; el servicio de catering se esforzaba por que nadie se sintiese ofendido sin su dosis de copas gratis y canapés, en especial Jack, que caminaba con una rapidez que incluso parecía que su bandeja iba por delante de él.

Cecilia se afanaba en comentar con todo aquel que se cruzaba sobre los servicios que una empresa de Barcelona podría llegar a ofrecerles, con una convicción de la que ella misma se sorprendía. Se encaminaba hacia un nuevo objetivo cuando decidió dirigirse a por un poco de agua, tenía la garganta realmente seca.

-          ¿Quiere otro zumo? – preguntó Jack, mirando de reojo la máquina de exprimir.

-          ¿Y cómo sabes tú que ya me he bebido uno? – replicó Cecilia – y tutéame, por favor, ¡Aun estoy en la flor de la vida!

-          Bueno, no he parado quieto en todo este tiempo, supongo que la vi antes tomando uno… - respondió Jack, a quien el descaro de la chica parecía desmontarle.

-          ¡Mierda! – exclamó Cecilia

-          ¿Cómo dices? – le preguntó Jack , quien parecia no entender casi nada.

-          Se me ha ido, el muy hijo de... - balbuceó para sí Cecilia, reprimiéndose justo a tiempo.

-          ¿Y quién es esa persona tan importante?

-          Un hombre con un traje negro, bueno, negro lo llevan todos, el caso es que quería hablar con él sobre las posibilidades que mi empresa podría ofrecerle, estaba justo ahí, en fin, ya me las arreglaré para verlo otro día.

-          ¿Tienes una empresa? – se interesó Jack.

-          Sí, bueno…trabajo para ella, vine ayer desde Barcelona.

-          Una gran ciudad, como Londres.

-          Supongo, lo averiguaré sin remedio cuando tenga que patearla de rincón a rincón.

-          Vaya…soy un maleducado, ni siquiera te he dicho como me llamo, mi nombre es Jack, encantado, estoy seguro que le gustará la ciudad.

-          El mío es Cecilia, ¿Sabes si el hotel me puede facilitar algún guía durante estos días?

-          Creo que algo se podrá hacer, le espero mañana a primera hora en la puerta de recepción.

-          Pero, ¿Para qué? – preguntó Cecilia, intrigada.
-          Usted….quiero decir, tu, tienes que conocer cada rincón de Londres, ¿verdad? Mañana vas a conocer el primero de ellos.

viernes, 20 de julio de 2012

Capítulo 6


El ruido de su móvil produjo la apresurada salida de Cecilia del salón de actos ante la fulminante mirada del jefe de seguridad, que se encontraba justo a su lado y no dudo en servirse una copa que el chico de catering mostraba en su bandeja en el momento que éste pasaba por allí.

-          El desfile aun no ha empezado y ya tengo al de seguridad pegado a mí como una lapa por tu llamada, ¿No sabes que esto está a punto de empezar? ¡Cualquiera diría que quieres que todo salga bien, Marc!

-          Y, por el tono que empleas, señorita, cualquiera diría que yo soy el jefe y tú la empleada, así que respire hondo y escúchame con toda la atención que puedas, te aseguro que es importante – Marc era un tipo serio, y en este caso, su voz elevaba su carácter al cuadrado.

-          Perdóname Marc, lo siento, es por los nervios de la inauguración, aun queda más de media hora, te escucho.

-          ¿Recuerdas cuales eran los objetivos de tu viaje, verdad?

-          Si después de que me los hayas repetido una infinidad de veces no los supiera, creo que mi memoria y yo tendíamos un serio problema, ¡eh! – contestó Cecilia, simpática.

-          Como sabes, ando tiempo dándole vueltas a la idea de abrir una empresa en el extranjero que nos hiciera ganar mercado y aumentar de forma considerable los ingresos.

-          Si, recuerdo que me lo comentaste hace tiempo, Marc, pero, sin ánimo de ser descarada, ¿Por qué me cuentas eso justo ahora? – el tono de Cecilia se iba endureciendo a la misma vez que se acercaba la hora del comienzo del desfile.

-          He pensado que la ciudad ideal para este nuevo salto sea Londres, y ahí entra en juego tu nuevo papel.

-          Soy toda oídos, querido jefe.

-          Quiero que visites la ciudad, cualquier lugar que creas que podría servirnos para empezar de cero y montar una gran tienda allí, que conozcas a gente, que inquietudes tienen en cada zona, que gustos se mueven en cada esquina de Londres, señorita, en definitiva, quiero que hagas turismo en esa ciudad como no lo hayas hecho nunca. Al fin y al cabo, ya la conoces, me dijiste que ya habías viajado allí una vez, ¿no?

-          ¡En esa ocasión tenía seis años Marc! ¿Cómo quieres que recuerde los lugares de aquí? ¡Casi me pierdo para llegar hasta el hotel!

-          Hay miles de guías en Londres, el hotel le proporcionará alguno, ahora tengo que dejarte, te he dejado un e-mail con las principales lugares que debes visitar, llámame cuando necesites algo.


Cecilia se encontraba furiosa, odiaba los cambios repentinos de planes, más aun cuando éstos llegaban sin consultarle y sin la más mínima opción de réplica. Más tarde llamaría a Cintia para contarle la última maravillosa idea de su jefe. Miró su reloj, quedaban menos de diez minutos para el comienzo, por lo que se decidió a volver a entrar en la sala con la mayor discreción posible. Cerró tras de sí la puerta, con la boca seca debido a la intensa conversación por teléfono, cuando vio la bandeja del chico del comedor en una mesita justo al lado de donde estaba apoyada antes de salir a atender la llamada. Sonrió al  ver la bandeja allí vacía, bueno, casi vacía, en medio de ésta se encontraba un zumo de naranjas recién exprimidas.

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 5


Una extensa moqueta roja cubría el salón de actos del hotel “Breakfast and tiffany's”, especialmente adecuado para acoger la gran semana de la moda londinense. Decenas de chicas iban de un lado hacia el otro buscando el último retoque de maquillaje, los fotógrafos y la televisión luchaban por un sitio de privilegio al final de la sala, al tiempo que los encargados de mantenimiento colocaban las sillas de los invitados en riguroso orden, se alejaban para ver su disposición, las  cambiaban de nuevo y finalmente las dejaban como al principio.

Se respiraba en el lugar un aroma de prestigio y elegancia que pocos lugares podía imitar en el mundo, a la vez que los cumplidos a los diseñadores que paseaban por la sala y las sonrisas forzadas se extendían por cualquier esquina. Era, sin duda, un lugar sofisticado.



-          Pensaba que esta gente solo se quedarían en el hotel para pasar las noches, ¡No que el propio desfile iba a ser aquí! – la cercanía del comienzo del acto denotaba cierto nerviosismo en el tono de Arnold.

-          Yo tampoco sabía nada señor, le recuerdo que estaba delante suya cuando nos comunicaron que formaríamos parte del equipo de catering del evento – respondió Jack, mucho más relajado que su jefe.

-          Eso ya da igual, chaval, solo te voy a pedir una cosa para esta noche- el tono de Arnold estaba lejos de aproximarse a una súplica.

-          Usted me dirá – contestó Jack, en un tono más arrogante del lo que el mismo había querido darle.

-          Un solo vaso al suelo Jack, un solo canapé en el vestido de alguna invitada, un mínimo tropezón con el cordón que llevas desabrochado, y te acordarás toda tu vida de quien fue Arnold Williams.


Poco a poco el nerviosismo de Arnold se fue calmando al observar como Jack se desenvolvía con una naturalidad de la que nunca había hecho gala, al tiempo que la sala fue abarrotándose de gente, ansiosas por empezar a ver lo que la nueva colección podía ofrecerles.


Jack se mostraba sereno, se había pasado toda la noche ensayando en casa con su bandeja, yendo y viniendo de la cocina al salón con ésta llena de vasos y platos de cristal y porcelana, y solo una inoportuna llamada al timbre hizo que uno de ellos diera en el suelo.

Se disponía a descansar un poco cuando le pareció ver a la chica de la mañana anterior apoyada en la puerta principal, lo cual hizo que su cansancio decreciera repentinamente y fuese hacia la fuente de zumo de naranjas recién exprimidas que se encontraba justo enfrente suya.

Se acercó a la muchacha, acordándose de su torpeza la mañana anterior, rezando por no volver a montar un número parecido, solo con el propósito de ofrecerle el aperitivo que el restaurante había preparado. Al fin y al cabo, él estaba en su hotel, y ella era su invitada.

lunes, 16 de julio de 2012

Nueva cabecera!

Como habeis podido ver, ha cambiado la cabecera del blog, lo cual tengo que agradecerselo a mi amigo Adri, para que , según el mismo, vea como me cuida....jeje en fin, gracias campeón!

sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo 4

La habitación de Cecilia se hallaba en la tercera planta del hotel, justo al lado del ascensor cuya apertura daba directamente al comedor. Había tenido apenas tiempo de dejar las maletas sobre la cama para comprobar que la habitación superaba con creces sus expectativas, tal vez influenciadas por esa fama de tacaño que perseguía a Marc allá por donde pisaba. Las paredes eran de un tono azul claro, contrastando con el del cielo londinense, una moqueta de lana cubría el total del suelo de la habitación, exceptuando el del cuarto de baño, cuya bañera con jacuzzi empezaba a hacer las delicias de la nueva inquilina.

Casi no había tenido tiempo para nada desde que llegase al “Breakfast and tiffany's”, exceptuando una breve parada en el comedor, donde un camarero se las había visto y deseado para prepararle un zumo recién hecho, cuando se decidió marcar el número de Cintia.

-          Dime que no estás enfadada – el tono de suplica de Cecilia enervó aun mas a su amiga.

-          Pero quien tenemos al otro lado del teléfono, si es la diseñadora del momento – ironizó Cintia.

-          Venga Cintia, perdóname, estos dos días he estado hasta arriba, que sepas que eres la primera persona que llamo desde que estoy aquí – dijo Cecilia, simpática.

-          La próxima vez, que esa primera persona sea llamada antes, si no quieres hacerla enfadar – respondió Cintia, resignada ante el desastre que tenía por amiga- Bueno, cuéntame, ¿Qué tal el viaje? Me imagino que el hotel no será gran cosa, pero ya conoces a Marc…

-          Bueno, no está tan mal como puedes pensar – mintió Cecilia, a quien la sola idea de escuchar a su amiga recordándole las preferencias de Marc hacia ella le daba dolor de cabeza.

-          ¿Nerviosa con el primer desfile de mañana? – preguntó Cintia

-          ¿Están los demás nerviosos por verme a mí? – replicó Cecilia, burlona.

-          Eres imposible, ¿Lo sabes verdad? Oye, te tengo que dejar, mientras algunas están en Londres en un hotel, en Barcelona hay gente que sigue trabajando y esas cosas, llámame mañana, si no quieres enfadarme aun mas.


Cecilia se despidió de su amiga, prometiéndole que la mantendría al tanto sobre la jornada que se avecinaba mañana. Esperaba impaciente la hora del desfile, donde podría observar las evoluciones de sus más exitosos compañeros y anotar en su cuaderno los detalles más reseñables, al tiempo que se imaginaba a si misma al año siguiente saludando desde lo alto de la pasarela rodeada de todas sus ideas.

Dudó entre comer en el comedor del hotel o pasar por un Mcdonalds que había visto al llegar justo en la esquina de la calle, cuando el hecho de tomar un poco de aire puro la hizo inclinarse por lo segundo. Dio un paseo a orillas del Tamesis, aprovechando la cercanía de su hotel con el río, donde recordó la mañana en que, pasando la tarde juntos a sus padres, se preguntó quién sería el que hacia esos huecos en la tierra para que toda esa agua pasase por allí.
 Regresó al hotel a eso de las 8, un poco disgustada ante el hecho de que la gente en Inglaterra se refugiase tan pronto en casa, aun tendría que hacerse al horario de vida de la ciudad.

 De vuelta a su habitación, a pesar de la tentación que suponía el jacuzzi que parecía observarla desde el baño, el agotamiento hizo que se dejara caer sobre la cama, donde en poco minutos, aun con la ropa puesta, pero inquita a causa de la emoción, empezó a cerrar los ojos a la víspera de un día que prometía ser agotador, pero que, ante todo, prometía ser un gran día.

miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulo 3

El comedor del hotel “Breakfast and tiffany's” se encontraba en pleno auge de clientes cuando Jack volvió a dar con uno de los vasos en el suelo.
-          Si continúo descontándote cada vez que rompas algo, vas a terminar por pagarme tú a mi cada mes, ten más cuidado chico – le advirtió Arnold, con toda la paciencia que pudo.
-          Tranquilo señor Arnold, creo que este ha sido el último de mi lista por hoy – respondió Jack, buscando la complicidad de su jefe.
-          Por tu bien y el de tu bolsillo, más te vale que así sea – la cara de Arnold no admitía muchas bromas - por cierto chico, ¿Sabes a que se debe tanto revuelo hoy por aquí?
-          Si mal no recuerdo, mañana empieza la famosa pasarela de la ciudad, y creo que la organización ha elegido nuestro hotel para albergar a los asistentes. – respondió el joven camarero.
-          En ese caso, no hay tiempo que perder, coloca las mesas en el orden que ya conoces que me gusta, ante todo, tenemos que dar una buena impresión, si los clientes salen contentos del comedor del “Breakfast and tiffany's”, lo harán saber a la dirección, y quién sabe si con un poco de suerte, se estiran un poco en nuestro sueldo – sugirió amablemente su jefe, a quien la sola idea de un aumento de sueldo le había hecho mejorar su humor de forma considerable.

Jack se puso a ordenar las mesas justo como el señor Arnold le había indicado, tres sillas en cada uno de ellas, ni muy separadas ni excesivamente unidas, junto a la carta de precios inclinada ligeramente hacia la esquina superior de la mesa. De familia modesta, sus padres habían llegado a Londres pocos meses antes de su nacimiento ante una oferta de trabajo difícilmente rechazable como vigilante del hotel que en el que él mismo había acabado.

No contaba con muchos amigos, probablemente fruto de su carácter reservado, aunque tenía la capacidad de distinguir las personas que podían ofrecerle algo positivo en su vida casi solo con mirarlas.

-          ¡Date prisa chico!, la gente está aglomerándose en la recepción, no tardarán en entrar a ver que podemos ofrecerles. – le gritó su jefe desde lejos.

Tal como su jefe le había advertido, unos quince minutos después la sala del comedor empezó a llenarse de multitud de personas a las que el largo viaje les había abierto el apetito, y poco a poco la estancia quedó absolutamente llena. Jack viajaba de un lado a otro a la mayor velocidad que le permitía su bandeja. En cada recorrido podía distinguir el aroma del café, las tostadas de mermelada o del zumo de manzana que la señora de la mesa número veinticinco le acababa de pedir. Alrededor de una hora después, la mayoría de los clientes se habían trasladado a sus respectivas habitaciones, no sin antes felicitar a Arnold por tan exquisito desayuno, lo que provocó la satisfacción de éste. Solo quedaban algunos jubilados, clientes del hotel a quienes les gustaba alargar su cita con el comedor durante un largo rato, cuando una chica joven, algo pérdida, se acercó al mostrador.

 -          Querría un zumo de naranjas, por favor – dijo la chica en un inglés casi perfecto, pero que denotaba que su origen estaba lejos de Londres.
-          Vamos Jack, ponle un zumo a esta chica, estoy seguro que no tiene todo el día – dijo Arnold, guiñándole un ojo a la muchacha.

Cuando se dio la vuelta, Jack no pudo evitar contemplar la silueta de la chica, a quien su vestido blanco, contrastando con el bronceado de su piel, le favorecía altamente. Al tiempo que se disponía a servirle su pedido, escuchó ese sonido de cristales que le era a menudo tan familiar, por segunda vez en el día, Jack había dejado caer un vaso.

lunes, 9 de julio de 2012

Capítulo 2

Para cuando el despertador del dormitorio de Cecilia sonó, ésta ya había tenido tiempo de sumergirse en su bañera repleta de sales de baño, prepararse un zumo de naranjas recién exprimidas como acostumbraba a recordarle su madre casi a diario, y poner un poco de orden en su recién alquilado apartamento, propiedad de una señora mayor cuya casa se encontraba unas dos calles más abajo, lo que propiciaba las visitas de la casera más de lo que a Cecilia le hubiese agradado para comprobar que todo seguía en su sitio o, como ella misma argumentaba, solo por asegurarse que Cecilia estuviese cómoda.
Incluso se sorprendió a si misma marcando el número de Cintia, que desde que se despidió deprisa de ella no había encontrado hueco para contarle lo fascinante que prometía ser su viaje, antes de darse cuenta que tal vez las 7:03 de la mañana no fuese el momento más oportuno para contarle a su amiga sus impresiones sobre su marcha.
Sin nada más por hacer, se tumbo en el sofá de su pequeña salita a la espera de la llegada de Marc, quien la llevaría hasta el aeropuerto y, de paso, le entregaría el billete de avión junto a la acreditación que la mañana anterior, fruto de la excitación, había dejado olvidados en la recepción de la empresa.
Recordaba vagamente pequeños detalles de su último viaje a Londres durante unas vacaciones de verano junto a sus padres, en las que contaba con apenas seis años, sin embargo, desde su vuelta se había prometido que algún día regresaría y ahora, 22 años después, por fin vería cumplida su promesa. Lo que para la mayor parte de los miembros de su empresa no era más que un viaje puramente profesional, para Cecilia se había convertido en un atractivo retorno a un lugar que, por alguna extraña razón, anhelaba, y es que, de algún modo, pensaba que el destino le debía ese viaje.

Se hallaba sumida en estos pensamientos cuando se sobresaltó al escuchar el timbre de la puerta, Marc debía de haber llegado.
-           Ayer te tomaste al pie de la letra eso de que te dieses media vuelta para que te fueras a casa a organizarlo todo – dijo Marc, mostrándole el sobre que contenía la acreditación y el billete del vuelo en la otra mano.
-           Lo siento, Marc, supongo que la emoción de la noticia no me dejo pensar ni siquiera en el billete, creo que este viaje es justo lo que me hacía falta en este momento.
-           Pues si es eso cierto que tanta falta dice que le hace este viaje, deje de mirar el billete de ese modo, le puedo asegurar que es autentico, señorita, y salgamos de aquí, tiene un avión que le espera.

Durante el corto trayecto hacia el aeropuerto, Marc no cesó de repetirle el motivo y los objetivos de su viaje, ante todo debía dar a conocer el nombre de la empresa entre los diseñadores asistentes, su actitud debía ser encantadora, sin olvidar un punto de firmeza que hiciese que la tomasen en serio, en definitiva, Cecilia tendría, simplemente, que hacer de Cecilia.

Llegaron al aeropuerto 53 minutos antes de la hora de salida, lo que unido a los 30 minutos en que el vuelo se retrasó hicieron que Cecilia tuviese tiempo de sobra para embarcar las maletas y comprarse una de esas revistas de gente famosa que tanto odiaban para amenizar la espera.

-           No te arrepentirás de haberme elegido, Marc – dijo Cecilia, dedicándole una sonrisa a su jefe.
-           Estoy convencido de ello, buen viaje, señorita – respondió Marc, simpático.

En el trascurso de las 2 horas y 35 minutos que duró el vuelo, una especie de inquietud embriagadora se apoderó de Cecilia, quien ni siquiera tuvo oídos para escuchar las instrucciones de la azafata en cuanto el avión dejó atrás su Barcelona natal, cada vez más pequeña conforme las nubes se hacían más grandes. Tan solo volvió en si en el momento en el que, a lo lejos, le pareció distinguir una silueta que sin duda tendría que ser el Big Ben, cuyas agujas se agitaban como avisándola de que la hora de su regreso había llegado. La ciudad, inmersa en una niebla angustiosa, se presentaba de nuevo ante los ojos de la joven diseñadora. Cecilia esperaba impaciente volver a pisar Londres, Londres esperaba impaciente la vuelta de Cecilia.

domingo, 8 de julio de 2012

Capítulo 1


La mañana de otoño  en que Cecilia conoció que, en menos de veinticuatro horas, tendría que hacer las maletas y partir hacia Londres, no fue ni más ni menos que una más de esas mañanas de entretiempo que la mayoría de las personas no saben muy bien con que salir a la calle, preguntándose si más tarde hará demasiado calor o refrescará por la noche. Esa mañana, después de tomarse un desayuno con una buena dosis de cafeína, desoyendo una vez más los consejos de su padre, que le advertía una y otra vez sobre los efectos negativos del café, Cecilia sacó un brazo por la ventana de su apartamento, dedujo la temperatura que avanzaría durante el día, cogió su rebeca de lino color azabache que ella misma había diseñado y se encaminó sin dudar hacia lo que se presumía una mañana más de trabajo, Cecilia rara vez dudaba.
De familia acomodada, había tenido la infancia que todo niño desea; regalos por sus buenas notas, viajes a parques de atracciones o una paga bastante aceptable acaparaban la envidia de sus compañeros de clase. Cecilia fue lo que se conoce por una niña feliz, si bien es cierto que el hecho de ser hija única, aunque a veces se alegrase por ello, hacía que la mayoría de los veranos se aburriese como una autentica ostra.
La vida de Cecilia había trascurrido sin apenas sobresaltos, lo que le había llevado a  desarrollar un carácter autoritario pero a su vez encantador, con apenas 28 años era la más joven de la empresa de diseño en la que trabajaba, y en poco tiempo se había hecho con un puesto nada despreciable que le permitía algún que otro  capricho al inicio de cada mes.
De naturaleza inquieta, prefería siempre hablar a escuchar, pocas veces se salía de su papel de diseñadora y solo, y en contadas ocasiones, su amiga Cintia conseguía abrir la coraza que parecía recubrirle invisiblemente su cuerpo.
-               ¿Se puede saber cómo te las apañas todos los días para llegar siempre tarde? – refunfuñó Cintia apoyada en la barandilla justo a la entrada de la boca del metro.
-               Vamos Cintia, ¡no me irás a decir que crees que nos van a despedir por que lleguemos un poco tarde! – balbuceó Cecilia mostrándole una sonrisa tranquilizadora
-               A ti no desde luego, Marc te tiene en un pedestal, eres su trabajadora predilecta, tengo la intuición de que en breve volverán a ascenderte, sin embargo, ¡secretarias las hay a montones, así que date prisa y cojamos ese metro!
-               Para ya con eso, a Marc le gusta rodearse de gente con talento, y, siendo sincera, creo que tengo de sobra, lo cual no me lleva a ninguna situación de favoritismo, que yo sepa.
-               Lo que a Marc seguro que no le gusta es que perdamos el siguiente tren, ¡corre!

La planta baja de la empresa estaba en pleno auge cuando Cecilia asomó la cabeza por la puerta, lo cual avivó las suspicacias de sus compañeros, recelosos de que en los escasos seis meses que la joven diseñadora llevaba entre ellos pudiese tomarse semejantes privilegios, aunque Cecilia, lejos de amilanarse, caminaba bien erguida, sonreía a cuantos se cruzaban por su camino y con una soltura que ponían en duda la naturaleza de sus tacones.

-           Estaba esperándote Cecilia – dijo Marc antes que ésta entrase en su despacho; la expresión en la cara de su jefe no hizo más que reafirmarla en su idea de que no existía ningún tipo de privilegio con ella y anotó mentalmente comentárselo a Cintia a la salida.
-           Sé que voy un poco retrasada en las entregas de esta semana Marc, he estado un poco ajetreada, iba a ponerme ahora mismo a ello, las tendrá en la fecha que me pidió, no debe preocuparse.
-           No se trata de eso, esas entregas bien pueden esperar un poco más.
-           ¿Entonces? – preguntó Cecilia algo extrañada.
-           ¿Conoces la pasarela de Londres? – preguntó Marc.
-           Me ofende Marc, ¡por supuesto que la conozco! Que sepa que muy pronto mis colecciones se pasearan por allí, deme un poco más de tiempo y lo verá usted mismo – le dijo Cecilia a su jefe con una sonrisa descarada.
-           Para empezar, señorita, antes de alcanzar la fama de la que tan segura está, puede ir en calidad de invitada, ha llegado una invitación a la empresa para asistir al desfile, he pensado que usted es la adecuada.
-           ¿Me está tomando el pelo? – balbuceo Cecilia, intrigada
-           Para nada, pero solo le daré la invitación con una condición.
-           ¡Está usted tardando en decírmela! – exclamó Cecilia
-           Muy fácil, dese media vuelta y váyase a casa a hacer las maletas, mañana, a esta misma hora, debe de estar volando por encima de todos nosotros.
Salió apresurada de la empresa, esta vez no pudo evitar tropezarse con los altos zapatos, pasó por delante de Cintia, le dio un beso en la frente prometiéndole que la llamaría por la tarde, y cruzó la puerta como una exhalación.
Cecilia disponía de, exactamente, 22 horas y 25 minutos para dejarlo todo listo para su viaje, un viaje en el que, presuponía, conocería los mejores modelos de todo el mundo, se daría a conocer entre los más altos diseñadores y regresaría cargada de nuevas ideas, pero había algo que Cecilia todavía desconocía, y es que en ocasiones, el más práctico de los viajes puede transformarse en el más mágico de todos, que la persona más desapercibida puede ser aquella que acabe llegándote al corazón, o que el lugar más inesperado, puede convertirse en el sitio más maravilloso que haya podido existir. De nada de esto tenía constancia aún Cecilia, que aguardaba impaciente el momento de la partida de su viaje a Londres, un viaje, que sin saberlo, la iba a cambiar para siempre.