El
comedor del hotel “Breakfast and tiffany's” se encontraba
en pleno auge de clientes cuando Jack volvió a dar con uno de los vasos en el
suelo.
-
Si continúo descontándote cada vez que rompas algo, vas a
terminar por pagarme tú a mi cada mes, ten más cuidado chico – le advirtió Arnold, con toda la paciencia que
pudo.
-
Tranquilo señor Arnold, creo que este ha sido el último
de mi lista por hoy – respondió Jack, buscando la complicidad de su jefe.
-
Por tu bien y el de tu bolsillo, más te vale que así sea –
la cara de Arnold no admitía muchas bromas - por cierto chico, ¿Sabes a que se
debe tanto revuelo hoy por aquí?
-
Si mal no recuerdo, mañana empieza la famosa pasarela de
la ciudad, y creo que la organización ha elegido nuestro hotel para albergar a los
asistentes. – respondió el joven camarero.
-
En ese caso, no hay tiempo que perder, coloca las mesas en
el orden que ya conoces que me gusta, ante todo, tenemos que dar una buena
impresión, si los clientes salen contentos del comedor del “Breakfast and tiffany's”, lo harán
saber a la dirección, y quién sabe si con un poco de suerte, se estiran un poco
en nuestro sueldo – sugirió amablemente su jefe, a quien la sola idea de un
aumento de sueldo le había hecho mejorar su humor de forma considerable.
Jack
se puso a ordenar las mesas justo como el señor Arnold le había indicado, tres
sillas en cada uno de ellas, ni muy separadas ni excesivamente unidas, junto a
la carta de precios inclinada ligeramente hacia la esquina superior de la mesa.
De familia modesta, sus padres habían llegado a Londres pocos meses antes de su
nacimiento ante una oferta de trabajo difícilmente rechazable como vigilante
del hotel que en el que él mismo había acabado.
No
contaba con muchos amigos, probablemente fruto de su carácter reservado, aunque
tenía la capacidad de distinguir las personas que podían ofrecerle algo
positivo en su vida casi solo con mirarlas.
-
¡Date
prisa chico!, la gente está aglomerándose en la recepción, no tardarán en
entrar a ver que podemos ofrecerles. – le gritó su jefe desde lejos.
Tal como su jefe le había advertido, unos quince minutos
después la sala del comedor empezó a llenarse de multitud de personas a las que
el largo viaje les había abierto el apetito, y poco a poco la estancia quedó
absolutamente llena. Jack viajaba de un lado a otro a la mayor velocidad que le
permitía su bandeja. En cada recorrido podía distinguir el aroma del café, las
tostadas de mermelada o del zumo de manzana que la señora de la mesa número veinticinco
le acababa de pedir. Alrededor de una hora después, la mayoría de los clientes se
habían trasladado a sus respectivas habitaciones, no sin antes felicitar a
Arnold por tan exquisito desayuno, lo que provocó la satisfacción de éste. Solo
quedaban algunos jubilados, clientes del hotel a quienes les gustaba alargar su
cita con el comedor durante un largo rato, cuando una chica joven, algo pérdida,
se acercó al mostrador.
-
Vamos Jack, ponle un zumo a esta chica, estoy seguro que
no tiene todo el día – dijo Arnold, guiñándole un ojo a la muchacha.
Cuando se dio la vuelta, Jack no pudo evitar contemplar
la silueta de la chica, a quien su vestido blanco, contrastando con el
bronceado de su piel, le favorecía altamente. Al tiempo que se disponía a servirle
su pedido, escuchó ese sonido de cristales que le era a menudo tan familiar,
por segunda vez en el día, Jack había dejado caer un vaso.
jack manos de trapo!!
ResponderEliminarEso mismo iba a escribir yo ahora.
ResponderEliminarComo para todo tenga las mismas manos Cecilia no va a acabar muy contenta con él...
jaja un poco de paciencia con el pobre..
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