miércoles, 11 de julio de 2012

Capítulo 3

El comedor del hotel “Breakfast and tiffany's” se encontraba en pleno auge de clientes cuando Jack volvió a dar con uno de los vasos en el suelo.
-          Si continúo descontándote cada vez que rompas algo, vas a terminar por pagarme tú a mi cada mes, ten más cuidado chico – le advirtió Arnold, con toda la paciencia que pudo.
-          Tranquilo señor Arnold, creo que este ha sido el último de mi lista por hoy – respondió Jack, buscando la complicidad de su jefe.
-          Por tu bien y el de tu bolsillo, más te vale que así sea – la cara de Arnold no admitía muchas bromas - por cierto chico, ¿Sabes a que se debe tanto revuelo hoy por aquí?
-          Si mal no recuerdo, mañana empieza la famosa pasarela de la ciudad, y creo que la organización ha elegido nuestro hotel para albergar a los asistentes. – respondió el joven camarero.
-          En ese caso, no hay tiempo que perder, coloca las mesas en el orden que ya conoces que me gusta, ante todo, tenemos que dar una buena impresión, si los clientes salen contentos del comedor del “Breakfast and tiffany's”, lo harán saber a la dirección, y quién sabe si con un poco de suerte, se estiran un poco en nuestro sueldo – sugirió amablemente su jefe, a quien la sola idea de un aumento de sueldo le había hecho mejorar su humor de forma considerable.

Jack se puso a ordenar las mesas justo como el señor Arnold le había indicado, tres sillas en cada uno de ellas, ni muy separadas ni excesivamente unidas, junto a la carta de precios inclinada ligeramente hacia la esquina superior de la mesa. De familia modesta, sus padres habían llegado a Londres pocos meses antes de su nacimiento ante una oferta de trabajo difícilmente rechazable como vigilante del hotel que en el que él mismo había acabado.

No contaba con muchos amigos, probablemente fruto de su carácter reservado, aunque tenía la capacidad de distinguir las personas que podían ofrecerle algo positivo en su vida casi solo con mirarlas.

-          ¡Date prisa chico!, la gente está aglomerándose en la recepción, no tardarán en entrar a ver que podemos ofrecerles. – le gritó su jefe desde lejos.

Tal como su jefe le había advertido, unos quince minutos después la sala del comedor empezó a llenarse de multitud de personas a las que el largo viaje les había abierto el apetito, y poco a poco la estancia quedó absolutamente llena. Jack viajaba de un lado a otro a la mayor velocidad que le permitía su bandeja. En cada recorrido podía distinguir el aroma del café, las tostadas de mermelada o del zumo de manzana que la señora de la mesa número veinticinco le acababa de pedir. Alrededor de una hora después, la mayoría de los clientes se habían trasladado a sus respectivas habitaciones, no sin antes felicitar a Arnold por tan exquisito desayuno, lo que provocó la satisfacción de éste. Solo quedaban algunos jubilados, clientes del hotel a quienes les gustaba alargar su cita con el comedor durante un largo rato, cuando una chica joven, algo pérdida, se acercó al mostrador.

 -          Querría un zumo de naranjas, por favor – dijo la chica en un inglés casi perfecto, pero que denotaba que su origen estaba lejos de Londres.
-          Vamos Jack, ponle un zumo a esta chica, estoy seguro que no tiene todo el día – dijo Arnold, guiñándole un ojo a la muchacha.

Cuando se dio la vuelta, Jack no pudo evitar contemplar la silueta de la chica, a quien su vestido blanco, contrastando con el bronceado de su piel, le favorecía altamente. Al tiempo que se disponía a servirle su pedido, escuchó ese sonido de cristales que le era a menudo tan familiar, por segunda vez en el día, Jack había dejado caer un vaso.

3 comentarios:

  1. Eso mismo iba a escribir yo ahora.
    Como para todo tenga las mismas manos Cecilia no va a acabar muy contenta con él...

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  2. jaja un poco de paciencia con el pobre..

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