La elección de
cualquier decisión, por insignificante que sea, suele ser una experiencia
aterradora, llena de dudas y contradicciones. Algo parecido a cuando dudas si
llevarte de la tienda el jersey rojo o el azul, crees que el azul es el
correcto, en la caja al pagar, estás casi seguro que es el correcto, al salir
por la puerta, estás convencido de que es el correcto y entonces, justo a cada
paso que vas dando, conforme la tienda se va haciendo cada vez pequeña a tus
espaldas, te preguntas por qué escogiste el azul y no el rojo.
El letrero de
emergencias del Garden Hospital representaba la puerta de la tienda para
Cecilia, quien se convenció que con la llegada del señor Arnold todo quedaría arreglado. Él se encargaría de
llamar a sus familiares, Jack despertaría rodeado de los suyos – seguro que no
se acordará de mí – se repetía, en un ejercicio que intentaba fusionar la
realidad y la autoconvicción.
La sala de espera
del hospital se hallaba en una tranquilidad pasmosa: El señor Arnold la recorrió
tantas veces como la enfermera intentó tranquilizarlo respecto al estado de
Jack, en pocos minutos, podría hacerle una breve visita para comprobarlo él
mismo.
Un letrero luminoso
cubría la sede del edificio de L&V situado cerca del centro de la ciudad, a
unos veinte minutos a pie del “Breakfast and tiffany's” – podría venir
dando un paseo – pensó Cecilia. La primera planta estaba hasta arriba de gente
que se cruzaban de un lado para el otro, intercambiaban algún comentario, y seguían
hasta su destino al ritmo de sus lápices y carpetas.
Se dirigió al mostrador, donde un hombre canoso de
mediana edad atendía a una llamada de teléfono, al tiempo que Cecilia aprovecho
para echar un vistazo general al recinto. El suelo era de mármol, de un blanco
casi impoluto, con las pareces tapizadas de un material que no lograba
averiguar.
-
¿Desea algo, señorita? – preguntó el
hombre canoso al otro lado del mostrador.
-
Soy Cecilia Torres, desde Barcelona,
tengo una cita con el director.
-
Espere un segundo – le contestó el
hombre, al tiempo que hacía una llamada para localizar a su jefe. – El señor Tegan se encuentra reunido en
estos momentos, puede esperarle ahí – le dijo, indicándole unas sillas situadas
al fondo a la derecha.
Por segunda vez, en poco tiempo, Cecilia dejaba
caerse en una silla de una sala de espera, aunque esta vez el sitio era de una
sofisticación que nada tenía que ver con la anterior, con un ajetreo que
desbordaba entusiasmo y creatividad, su corazón le empezaba a avisar de que, quizás,
tendría que haber escogido el jersey rojo.
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